domingo, 23 de septiembre de 2018

Enrique VIII: La vida de un Rey -Parte I-

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Era la víspera del Día de la Coronación. Las calles de Londres se hallaban atestadas de capitalinos y de provincianos que estaban ansiosos de ver al nuevo Rey y a su Reina en camino hacia el palacio de Westminster.

Enrique VIII, joven apuesto, resplandecía. Iba ataviado con una capa de terciopelo carmesí bordeada de armiño, que cubría en parte su chaqueta dorada, recamada de rubíes, esmeraldas, diamantes y grandes perlas. Montaba un corcel con jaez de damasquino dorado, bajo el palio que sostenían los barones de los Cinque Ports (los Cinco Puertos que eran los mas importantes del canal de la mancha).

La reina Catalina iba en una litera, entre los palafrenes blancos. Su vestimenta era de raso blanco; su cabello "muy largo y una fiesta para los ojos", adornado con una diadema, le caída por la espalda. Esa noche la real pareja durmió en Westminster, y Enrique purificado por la gracia divina, fue consagrado como "ungido del Señor" . Terminada la ceremonia, cruzó bajo un palio purpúreo el pórtico abovedado de la abadía, y de esta manera dio comienzo uno de los reinados más revolucionarios de la historia de Inglaterra.

EL NUEVO Rey era el tercer hijo de Enrique VII, el primer Tudor que ciñó la corona inglesa, y de su Reina, lady Isabel de York. Nació el 28 de junio de 1491, en la real mansión solariega de Greenwich, frente a la cual los barcos cruzaban el Támesis rumbo al mar, y donde soplaba el aire fresco impregnado de fuerte olor a brea y se percibía el graznido de las gaviotas.

En compañía de su hermano Arturo, de su hermana Margarita (ambos mayores que él) y de María, la menor, Enrique se crió rodeado de lujos, privilegios y un complicado ceremonial. Tenia solo 3 años cuando lo presentaron ante la corte congregada en el palacio de Westminster, en el sitio que hoy ocupa el parlamento. El niño contemplo maravillado la pompa de la ceremonia en que los heraldos lo proclamaron duque de York. Era un título muy importante , subrayaba su ascendencia yorquina por la línea materna. Desde entonces, este título ha recaído en el segundo hijo varón del soberano reinante.

Los hijos de Enrique VII iban a Westminster solo con motivo de alguna ceremonia de Estado. El palacio, a la vez residencia real y sede oficial del Parlamento, era un laberinto de edificios bajo cuyas ventanas corrían las aguas del Támesis. Aquella residencia resultaba insalubre y se inundaba con facilidad; constituían moradas más sanas los palacios reales del campo.

Enrique paso la mayor parte de su infancia en Eltham, cerca de Greemwich, donde recibió las enseñanzas de un excelente equipo de preceptores. Ducho en matemáticas, hablaba con soltura el francés y el latín, y se desenvolvía bien en español e italiano.

Erasmo, el erudito y humanista holandés, escribió después de su visita a Eltham que, a los ocho años de edad, el príncipe Enrique ya tenía "un porte y un comportamiento majestuosos". En su retrato más antiguo, Enrique aparece como un niño precoz, alerta y observador.

En noviembre de 1501, el padre de Enrique selló una alianza con España mediante el matrimonio de su heredero Arturo, delicado y apuesto jovencito de 15 años, con Catalina de Aragón, hija del rey Fernando y la reina Isabel. Catalina culta y elegante, era toda una belleza. Tenía 15 años, ojos grises y pelo castaño dorado. Las campanas de Londres repicaron mientras el joven Enrique llevaba del brazo a su futura cuñada a la catedral de San Pablo, donde se celebraría la boda. 

Aquella noche, según la costumbre de la época, se condujo hasta el lecho nupcial a Arturo y Catalina, con gran acompañamiento y algazara. Lo que sucedió, o no sucedió, aquella noche en Londres, y posteriormente en el castillo de Ludlow, donde la pareja pasó el invierno, habría de tener muy importantes consecuencias para Inglaterra.


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Catalina de Aragón

No habían transcurrido ni cinco meses desde la boda, cuando falleció el príncipe Arturo, víctima de la tuberculosis. La alianza parecía perdida, pero Fernando e Isabel, poniendo en practica la política del poder, ni siquiera parpadearon ante el deceso de su yerno. Pusieron de inmediato los ojos en el príncipe Enrique, el nuevo heredero forsozo del trono, para su hija Catalina, quedaron formalmente prometidos en matrimonio. Y el 11 de junio de 1509. poco después de morir también de tuberculosis el padre de Enrique, este de 17 años -ahora Enrique VIII- se unió en matrimonio con Catalina, en Greenwich.

A LAS DOS semanas de su coronación, los dos monarcas, se lanzaron a un torbellino de fiestas, torneos, partidas de caza, bailes y sesiones de juegos de azar. Por las noches tenían lugar complicadas "pantomimas", en que el monarca irrumpía en las habitaciones de su consorte, conspicuamente disfrazado, y ella, como lo indicaba el guión, expresaba alarma, asombro y por ultimo, alivio. Catalina pasó buena parte de la primera época de su vida matrimonial diciéndole a Enrique cuán maravilloso era. 

Un observador de la época escribió "A su Majestad solo le interesa cazar y perseguir a las jóvenes". A sus 18 años, Enrique era un joven de espléndida apariencia: medía algo mas de 1,80 metros de estatura, y su rostro sobre un cuello más  bien grueso, lucía unas querúbicas mejillas blancas y sonrosadas. Reía a carcajadas, le apasionaban los juegos y, dado su gran vigor, dejaba agotado a todo el mundo. Por la rama paterna descendía de sagaces aventureros galeses, ávidos de poder, su padre Enrique Tudor, había llegado al trono, por la vía de la conquista. En la batalla de Bosworth Field, en Leicesteshire, derrotó a las huestes de Ricardo III. Bajo un espino encontró la corona del rey muerto, e inmediatamente se la ciño.

Enrique VIII era un adolescente astuto y oportunista, buen conocedor de los aires que soplaban en el país. El pueblo consideraba que dos funcionarios reales, sir Richard Empson y Edmund Dudley, eran culpables de los despiadados impuestos que decreto Enrique VII, y el nuevo monarca los mando encerrar en la Torre de Londres, acusados de "conspiracion para traicionar". En agosto de 1510, mientras la corte se divertía en el castillo de Windsor, Empson y Dudley fueron ejecutados.

Esta técnica del arresto súbito, los cargos inventados y la ejecución pasó a ser la manera empleada por Enrique para deshacerse de nuevos ricos, convertidos en chivos expiatorios, o para liquidar a cualquiera cuya existencia le planteara dificultades. Recurrió a este procedimiento una y otra vez.

Una isla dotada de cetro      

 

 LA INGLATERRA que heredó Enrique VIII gozaba de prosperidad y una economía en gran medida autosuficiente. Con excepción de algunos productos - entre ellos el vino, las especias y la seda- los ingleses no dependían entonces de las importaciones. La industria mas grande era la manofactura de telas de lana. Inmensos rebaños daban fe de la abundante materia prima. Por otra parte, los carrilones de los espléndidos campanarios de Cotswolds y de East Anglia simbolizaban la riqueza obtenida con esas telas. 

Había unas 8 millones de ovejas en un pais con menos de 3 millones de habitantes. Londres, Bristol, York, Norwich, eran las únicas ciudades importantes. A un visitante veneciano que iba de Dover a Oxford, pasando por Londres, le llamó la atención ver tan poca gente.

En todo el reino, desde los campesinos analfabetos hasta los grandes terratenientes, la extravagante vitalidad de Enrique le conquistó una popularidad que jamás menguo, pese a sus crueldades posteriores. Inmerso en los placeres, eludía las tareas inherentes al trono. Solo cuando el lo deseaba convocaba al Parlamento, por lo general solo para que aprobara impuestos nuevos; de los asuntos rutinarios se encargaba su Real Consejo, gabinete constituido por competentes burócratas. En términos modernos, Enrique era un jefe del Ejecutivo a quien le gustaba que le resumieran el contenido de los asuntos pendientes y le hicieran un borrador preliminar de los dictámenes que se derivaran de ellos, servicio que organizo para él un miembro del Consejo, Tomas Wolsey, de 37 años.

Wolsey, hijo de un carnicero de Ipswich, vio en la Iglesia Católica un camino para llegar al poder. Ya había ascendido a deán de la catedral de Lincoln y capellán del Rey. Sabía cazar y bailar; disfrutaba plenamente de la vida. Era un experto adulador que fascinaba al joven monarca, el cual admiraba a las personas de inteligencia brillante, energía e ingenio. Enrique comisionó a Wolsey para que le equipara un ejercito cuando, a fin de figurar en la política de poder del Continente, decidió atacar a Francia. Por aquel entonces Inglaterra era una potencia de segundo orden. Comparados con las augustas dinastías de los Valois y los Habsburgo, los Tudor eran unos advenedizos. Pero los franceses se habían aliado a los escoceses, siempre dispuestos a aprovechar cualquier punto débil de sus vecinos, y los barcos galos amenazaban las rutas comerciales inglesas. Enrique y Wolsey decidieron atravesar en el verano de 1513 los estrechos de Dover, y establecer contacto con Maximiliano soberano del Sacro Imperio Romano, quien también hacía la guerra a los franceses.

Antes de embarcarse Enrique cometió su primer asesinato dinástico. Aún carecía de heredero. En su primer parto la reina Catalina dio a luz una niña que nació muerta. Luego vino un varón, bautizado con el nombre de Enrique en medio de un desbordante júbilo. Pero el niño vivió poco tiempo. ¿ Qué sucedería si el Rey perdía la vida en una batalla ?, había un pretendiente al trono el duque de Suffolk. De momento estaba preso en la Torre, pero gracias a su linaje yorkino por parte de su madre, hermana de Eduardo IV y de Ricardo III, podría desafiar la autoridad de la reina Catalina, e izar de nuevo la bandera de la Rosa Blanca. Por lo tanto a manera de precaución, Suffolk fue ejecutado.

En mayo de 1513, 14.000 soldados de Enrique se encontraban en Caláis, donde durante más de 150 años había una guarnición inglesa. Enrique llegó en junio con 11.000 mil hombres más; entre ellos un enorme séquito de trompeteros y 29 ayudas de cámara y pajes, uno de los cuales, según parece, era una amante del Rey, disfrazada de hombre. Maximiliano y sus tropas dieron la bienvenida a Enrique, que ya lucia barba roja, apareció montado en su gran semental bayo, de cuyos jaeles pendían cascabeles de oro, y por su gran estatura sobresalía entre todos los demás. " El Rey de Inglaterra", según un mercenario alemán, "es un hombre muy correcto y muy bien informado. Para todos tuvo palabras amables".

Con la ayuda de Maximiliano el soberano inglés tomó Teruán, a casi 50 kilómetros tierra adentro desde Calias . Luego sitió Tournai, cerca de Lila y el 25 de setiembre el Rey y el Emperador, en medio de una procesión en la que todo el mundo llevaba una antorcha, hicieron su entrada triunfal en esa ciudad, donde les entregaron las simbólicas llaves y seis barriles de borgoña. Para colmo de dicha, la reina Catalina quien había permanecido en Inglaterra como regente y había jurado defender el reino envío magnificas noticias a Jacobo IV, Rey de Escocia ( casado con Margarita, la hermana mayor de Enrique ), había cruzado el río Tweed e invadido territorio Ingles con 30.000 hombres Catalina enfrento la crisis con gran temple, y 20.000 ingleses, al mando del invencible conde de Surrey, derrotaron a los escoceses en Flodden, cerca de Berwich. "Para vuestra Alteza" escribió Catalina, "vea que se cumplir mis promesas, os envío esta cota" Se trataba de un trofeo pues había pertenecido al rey de Escocia, muerto en batalla. Enrique se lo mostró con orgullo a Maximiliano.

Ese otoño los ingleses dejaron una guarnición en Tournai, y se retiraron cruzando poblaciones cuyos nombres habrían de conocer muy bien sus descendientes; Ipres y Dunkerke. Inglaterra demostró que era un enemigo peligroso y los franceses procuraron concertar una alianza. Luis XII, viudo de 52 años, estuvo de acuerdo de casarse con la princesa María, de 18 años, hermana de Enrique. Y así, muy a su pesar, en noviembre de 1514, la princesa se convirtió en reina de Francia. Enrique estaba exultante. Con una posición mas firme en el continente y después de intimidar a Escocia, Inglaterra había adquirido un nuevo prestigio.


Los pavoneos de un prelado

 
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Cardenal Wolsey

 A LAS VICTORIAS en tierras de Francia ayudó la ofensiva que Inglaterra lanzó por mar, frente a la costa bretona, la cual distrajo a los franceses y alejó sus barcos de las costas de Dover. Enrique sabía que para seguir teniendo éxito en la política de poder europea, debía llevar a cabo un proyecto muy cercano a su corazón: una flota más poderosa. Los barcos lo fascinaban; a lo largo de su reinado se interesó personalmente en la armada como un verdadero experto. Creó un eficiente cuerpo de oficiales administrativo; estableció una Junta Naval permanente; fomentó el mejoramiento de la náutica, una navegación mas precisa y el perfeccionamiento del diseño de las naves. Fundó nuevos astilleros reales en Deptford y Woolwich (Portsmouth estaba estaba muy expuesto a las incursiones de los franceses), apoyó al gremio de los pilotos del estuario del Támesis, que en 1514 se convirtió en la Corporación del Trinity House, a cuyo cargo siguen hasta la fecha las boyas y los faros de la Gran Bretaña.

Heredó de su padre siete grandes naves de combate, para 1515 ya tenia una nueva galera de gran calado, la Virgin Mary, que era impulsada por 120 remos, llevaba 1000 hombres a bordo y estaba armada con 207 pequeñas piezas de artillería. El propio Enrique actuaba como capitán del navío, y cuando ejercía esa función vestía chaqueta de marino y pantalones de tela recamada de oro. De una gruesa cadena, también de oro, colgaba un gran silbato, con el cual se dice, "lanzaba silbatazos que casi parecían trompetazos". En tierra Enrique siguió entregado a sus alegres y bulliciosas diversiones. Sin tomar en cuenta las suplicas de Catalina que tuviera cuidado, participaba con entusiasmo en justas y derribaba a su opositores, a sus caballos y a cuanto que, hubiera que derribar. En un torneo celebrado en enero de 1516 apareció con una guirnalda de raso verde bordado con granadas, símbolo de la fertilidad. Al mes siguiente, en Greenwich, Catalina le dio una hija, a quien se bautizo con el nombre de María. Enrique, encantado, la  presento a los cortesanos y embajadores: "Con el favor de Dios", exclamo "el siguiente sera varón".

La niña constituía una importante carta dinástica en el juego de la política de poder europea. El matrimonio de la hermana de Enrique, aun adolescente con Luis XII, había durado unos cuantos meses . El rey de Francia había expirado -exhausto según se dijo por el cumplimiento de sus deberes dinásticos- y María no había tardado en volver a casarse, al igual que Margarita, la otra hermana de Enrique, viuda de Jacobo IV, rey de Escocia.

Para restablecer la alianza franco-inglesa, Wolsey concertó en octubre de 1518, mediante una diminuta sortija, el compromiso matrimonial de la pequeña princesa María con un niñito, hijo del nuevo rey de Francia, Francisco I. Como parte del tratado, Tournai fue cedida a Francia por 600.000 mil coronas ( aproximadamente 84 millones de dolares ). Francia otorgo una esplendida pensión a Wolsey, y Enrique y Francisco acordaron reunirse posteriormente cerca de Caláis para sellar definitivamente su reconciliación. El triunfo diplomatico de Wolsey, al que se sumo otro celebre pacto en el que intervinieron Inglaterra, Francia, el Sacro Imperio Romano, Los Estados Pontificios ,Los Estados Escandinavos y Portugal, lo hizo aparecer como el arquitecto de la paz europea. Arribista implacable, decidido a ser Papa, ya era en esos momentos arzobispo de York, cardenal y lord Canciller. Combinaba, bajo el Rey, el poder supremo de la Iglesia y del Estado. Este "audaz malvado", como lo llamo Shakespeare, era el virtual gobernante de Inglaterra.

Y era detestado por su arrogancia - Paso al lord Canciller-, era el grito que resonaba al cruzar Wolsey los pasillos del palacio, precedido por cuatro alabarderos vestidos de negro y escarlata. Otros sirvientes llevaban delante de él el gran sello de Inglaterra y el birrete cardenalicio, y dos sacerdotes escogidos por su elevada estatura portaban sendas cruces. Eran tantos su pecados, afirmaban sus enemigos, que necesitaba dos sacerdotes y dos cruces

Lo que más resentimiento suscitaba era que al parecer, Wolsey dominaba al Rey. Bien Sabia el prelado como manejar a su señor. Por ejemplo: le regalaba una alhaja, y mientras el soberano jugueteaba con ella, le insinuaba alguna idea o algún plan ¿ Por qué toleraba Enrique? que las malas lenguas preguntaran; "¿Acaso no tiene rey Inglaterra ?". La indulgencia que mostraba hacia Wolsey emanaba de la vieja convicción de que la realeza pertenecía a un mundo aparte.

Para los monarcas del siglo XVI, sus súbditos no eran del todo humanos. Eran seres a los que se les debía tratar con aire condescendiente, explotar y desechar. Enrique consideraba a Wolsey un instrumento. El soberano podía vivir a sus anchas y dejar el trabajo a Wolsey, pero al menor tirón de cuerda podía pulverizar la carrera del prelado. Jamas tuvo nadie en el puño a Enrique VIII.


Las arenas movedizas de la diplomacia

 

A ENRIQUE le gustaba mucho la música, por lo cual mando instalar complicados órganos en sus palacios y patrocino una orquesta de la corte. En sus viajes, siempre formaba parte de su séquito, un coro que cantaba misa. También le gustaba rodearse de rostros alegres, y pagaba con largueza a sus seguidores inmediatos. Sus pajes llegaban a ganar hasta 100 libras esterlinas al año. Hubo cordialidad, al menos en apariencia, en el Campo del Paño de Oro, cerca de Caláis, donde, según lo había prometido, Enrique se entrevisto con Francisco I. Se había dicho que el propósito de la reunión era "dar leyes a la Cristiandad" , pero lo cierto es resulto ser un derroche de ostentación. La comitiva real inglesa estaba compuesta por más de 5000 mil individuos, quienes llevaron consigo mas de 3000 caballos y una enorme cantidad de equipo, incluida una imagen de Nuestra Señora en un gran estuche de cuero.Ocho mil trabajadores se afanaron para preparar el sitio escogido. Se construyo un palacio temporal con madera, lona y vidrio, sobre cimientos de ladrillo de más de 8000 metros cuadrados. Francisco se presento ataviado con una casaca de damasco dorado. Resplandeciente de piedras preciosas.

Todo se organizo hasta el ultimo detalle. El 7 de junio de 1520, al cabo de varios días consagrados a intercambios diplomaticos de poca monta, ambos cortejos reales llegaron al Campo del Paño de Oro exactamente a la hora convenida. Sonaron las trompetas. Los monarcas espolearon sus corceles para encontrarse cara a cara. Tres veces se abrazaron a lomo de caballo, luego cuando desmontaron, volvieron a abrazarce y desaparecieron en el interior del pabellón dorado, donde se celebro la conferencia cumbre.

Siguieron dos semanas de justas y festejos. Ambos monarcas valientemente rompieron lanzas. También pelearon contra retadores especialmente seleccionados, a pie, con espadas para dos manos y con tanta vehemencia que de sus armaduras brotaban chispas. Estos ejercicios les abrían el apetito  que luego saciaban con festines de venado, lucio, esturión, cisne, frutas, natillas todo ello rociado con litros de vinos especiados. Solo hubo un momento de gran tensión; Enrique coloco una manzana en el cuello del rey francés y le dijo "venid luchareis conmigo". Francisco acepto el reto y los dos soberanos, ambos de elevada estatura, lucharon cuerpo a cuerpo. Con una llave expertamente aplicada, el francés derribo al ingles, quien cayó de espaldas. Enrique, enardecido lanzo un nuevo reto, y solo mediante la rápida intervención de varios cortesanos se puso fin a este extraño estilo de diplomacia. En apariencia el objeto de la cumbre era disipar la vieja enemistad entre Francia e Inglaterra. Pero Enrique aun codiciaba el trono francés y Wolsey que ambicionaba llegar a Papa, estaba deseoso de mantener buenas relaciones con otro de los tres hombres poderosos de Europa; Carlos V, nuevo emperador del Sacro Imperio Romano.... y sobrino de Catalina.

Carlos V había desembarcado en Dover y sostenido platicas con Enrique poco antes que este partiera a Francia. Ahora volvieron a reunirse en las afueras de Caláis, y hubo negociaciones para formar una alianza defensiva contra los franceses. A su regreso de Francia, Enrique volvió a sumirse en negras vacilaciones acerca del problema de la sucesión. No había mas heredero al trono que la princesa María. Por otra parte el monarca había demostrado que no era culpa suya que no hubiera aun un príncipe. En 1519 su amante la hermosa Isabel Blount, hija de un terrateniente de Shropshire, le había dado un varón, Henry Fitzroy (que recibiría el titulo de duque de Richmond y Somerser). Dentro de unos años Catalina cumpliria 40 y ya no estaría en edad de concebir.

En cuanto al compromiso de la princesa María y el Delfín, ni siquiera como consorte real, estaría dispuesto a compartir el trono de Inglaterra; el pueblo aborrecía a los franceses. Por otra parte si María se casaba con un súbdito ingles, podría estallar la guerra civil cuando ella subiera al trono. Por tanto Enrique decidió la muerte del candidato más idóneo para sucederlo en el trono: uno de sus compañeros de juego , el acaudalado duque de Buckingham, descendiente de Eduardo III.

Wolsey, viejo enemigo de este arrogante magnate, preparo una estratagema para imputarle cargos falsos. Un jurado londinense dictamino que, en 1519, al duque "le había venido a la mente la muerte del Rey", y como profetizar la muerte del soberano se consideraba delito de alta traicion , Buckingham fue obligado a comparecer en Westmisnter Hall, ante un tribunal integrado por sus pares, todos los cuales le tenían pavor al Rey, y fue declarado culpable.Una vez pronunciada la sentencia, exclamo Buckingham: Que el Eterno Dios os perdone por mi muerte, como yo os perdono!. Fue conducido a un bote de remos a la Torre y decapitado.

Enrique necesitaba dinero para la guerra que había decidido librar contra los franceses; se había gastado la fortuna de su padre en la guerra anterior y en su dispendioso tren de vida. Wolsey apareció con gran pompa en la Cámara de los Comunes en abril de 1523, y exigió la suma- colosal en aquella época- de 800.000 libras, que se obtendrán mediante un impuesto de cuatro chelines por cada libra del valor estimado de todas las tierras y bienes. La respuesta de los comunes al cardenal fue un obstinado silencio, pues eran impopulares las campañas militares en el extranjero. Al final se aprobó un impuesto de dos chelines por libra, pero como esto no era suficiente, Wolsey paso por alto al Parlamento y exigió una "subvención amistosa" a laicos y clérigos, es decir, una nueva modalidad de la ayuda que en la época feudal se pagaba cuando el Rey en persona iba a guerrear a otras tierras. Resonaron protestas en Kent y Essex; y en Suffolk, para mostrar su descontento, unos tejidos tejedores tocaron a rebato en las campanas de las iglesias.

Enrique intervino guiado por su capacidad para captar el sentir de la nación. Desistió del impuesto y de la guerra; sobre el recayó el merito de estas decisiones, y sobre Wolsey, la culpa de todo. Comprendio el cardenal que sus bonos estaban bajando y que a su exigente señor le había disgustado dar marcha atrás públicamente, por primera vez desde su ascensión al trono. De tal suerte, para congraciarse con el soberano, le regalo el magnifico palacio de Hampton Court, que se convirtió en una de las residencias favoritas de Enrique.

Wolsey había logrado comprometer en matrimonio a la princesa María y a Carlos V, pero el compromiso duro poco. En 1525, el Emperador considero políticamente correcto abandonar a María a favor de una princesa portuguesa. Agraviados Enrique y Wolsey pusieron de nuevo en la mira una alianza con Francia, con la cual concretaron la paz en agosto de ese mismo año. La reina Catalina procuro en vano restablecer buenas relaciones con su sobrino Carlos, pero Wolsey quería vengarse del Emperador por no haberle ayudado a convertirse en Papa. Por otra parte, Enrique pensaba ya en divorciarse de Catalina, y Wolsey a su vez proyectaba casarlo con la cuñada de Francisco I de Francia, la princesa Renata. Sin embargo, Enrique tenia razones muy diferentes para querer divorciarse. Maria Bolena, una de sus ex amantes, tenia una hermana de 20 años de edad, Ana Bolena, vivaracha, de ojos negros y almendrados, labios apetitosos, pelo negro y suave. Enrique VIII había perdido la cabeza.     

 

 
 

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